La claustrofóbica situación de alguien que tenía medio mundo a sus pies. Como el virus que se extiende y retrocede por el remedio adecuado. Atrincherado, retorciéndose de repugnante prepotencia vestida de liderazgo patriótico. Humanización de bestias que solo observan el ego propio como algo heroico. La agonía de algo que nunca debería haber existido.
Ponerle algún calificativo a Bruno Ganz por su interpretación no sería justo. El inmenso trabajo del alemán está a un nivel fuera de lo común. Lograr que los enfados de alguien tan imitado como Hitler no caigan en la caricatura es muy dificil, pero no solo logra eso, sino que, y gracias a la puesta en escena, pareces tú, como espectador, el destinatario, en parte, de ese enfado.
La atmósfera es ta asfixiante que cada suicidio es una liberación. Cada huída deja espacio a un desenlace (que se conoce), pero que ignoramos su magnitud dramática y morbosa en lo rodado.
La decadencia de unos, la honradez de otros. Lealtad, admiración, incomprensión, admiración o amor. Un cuento de heroísmo mal enfocado, mal entendido y mal ejecutado.
El miedo al nuevo mundo sin los pilares propios y la angustia por un futuro que podría estar sembrado por un odio similar al propio hace que aniquiles con ampollas al ingenuo descendiente.
Como grabada a fuego esa escena en la que Alexandra María Lara entra al despacho y al coger una carpeta se da cuenta de la presencia del Führer, observando un cuadro de Federico II colgado de la pared, sumido en sus pensamientos...