Una exploración de la fluidez tanto en el movimiento como en la corrupción. El agua, siempre cambiante e informe, se convierte en el concepto rector; su movimiento se refleja en la distorsión de la imagen. Las fallas se ondulan y fluyen como un líquido, fusionando la destrucción con un ritmo orgánico, casi natural. Por primera vez en la serie Interludios, emerge el sonido: el flujo constante de agua de un lavabo, que ancla el caos en algo tangible, pero igualmente efímero.