La serie describe la vida de los Bundy, una familia disfuncional que vive en Chicago, Illinois, conformada por Al (Ed O'Neil), Peggy (Katey Sagal), Kelly (Christina Applegate), Bud (David Faustino) y Buck, su perro. Parodia de una típica familia norteamericana de los años 80: un marido al que poco le importaba su familia; la señora, una impulsiva compradora; la hija, que es el estereotipo de "rubia sexy y tonta"; y el hijo, un perdedor que busca ser atractivo. Posteriormente se unirían a la familia Seven, un hijo adoptado.
Un compañero de trabajo de la zapatería soborna a Al con entradas para un partido de baloncesto que se celebrará esa misma noche a cambio de que éste no diga nada de sus escapadas amorosas en horario laboral. Sin embargo, Peg se niega a dejar que Al acuda al partido, ya que ha invitado a cenar a sus nuevos vecinos, Steve y Marcy, una pareja de idealistas recién casados. Al y Peg les darán a cada uno su particular visión de lo que es el matrimonio y cómo sobrevivir al mismo.
Marcy le dice a Peggy que si un hombre es capaz de serle fiel a un mismo equipo durante toda la vida, debería hacer lo mismo con su mujer. Estas palabras hacen que Peg se plantee si Al sigue interesado en ella después de todo el tiempo que llevan juntos. Dispuesta a recuperar la pasión en su vida matrimonial, Peggy inicia una nueva y rigurosa dieta que será deplorada no sólo por Al sino también por los niños. Steve convence a Al de que intente seguir la dieta tan solo una semana, afirmándole que de este modo su esposa volverá a la normalidad.
Hay una oleada de robos en el barrio, y cada familia se dispone a renovar la seguridad de su casa: los Bundy adquieren una pistola y Steve y Marcy se compran un perro que no sólo no les hace ni caso, sino que además se pasa las noches ladrando. En una de estas, Al cree oír un ruido y dispara para rechazar al posible agresor, pero acaba matando al perro de los vecinos, que no acaban de creerse que resultara accidentalmente alcanzado al interponerse entre Al y el ladrón, sino que más bien el primero se deshizo deliberadamente del ladrador chucho.
Steve y Marcy deciden invertir el dinero que les acaba de devolver Hacienda ampliando su casa mediante la construcción de una nueva habitación. Ahora bien, ¿qué habitación debería ser? Según Al, una sala de billar, por supuesto. Peggy, por su parte, intenta convencer a Marcy de que lo ideal sería una sala de ejercicios, para ahorrarse los paseos hasta el gimnasio. La disputa está servida en ambas familias.
Al y Steve deciden darle un repaso al chaval que viene a buscar a Kelly y, dominados por un ataque de nostalgia, acaban por comprarle su coche: un Mustang del 65, el mismo modelo con el que ambos soñaron de adolescentes. El coche alterará de inmediato las vidas de ambas familias, ya que tanto Al como Steve dejan de inmediato todo lo que están haciendo para ponerse a restaurar el Mustang. Sin embargo, el coche de sus sueños guarda más de una sorpresa.
Los Bundy celebran su 16 aniversario de casados. Al piensa regalarle a Peggy un hermoso y carísimo reloj. Cuando ésta se entera, por mediación de Kelly y Bud, se avergüenza de no haberle comprado nada a Al. Afortunadamente, para eso esta la tarjeta, así que ni corta ni perezosa se acerca a la tienda y adquiere el set de herramientas que Al lleva tanto tiempo deseando. El partiarca de los Bundy, mientras tanto, tiene problemas en la joyería, ya que no le queda crédito suficiente como para comprar el reloj. Como cree que Peggy no espera nada, decide volver a casa con las manos vacías.
Bud y Kelly están enfermos y han dejado de ir a la escuela. Tenerlos todo el día en casa está volviendo loca a Peggy, que necesita una escapada urgente. Steve sugiere a Al que la lleve a pasar la noche a un motel. Steve y Marcy se quedan haciendo de canguros d elos niños y acaban por tener una de las peores experiencias de su vida. Dispuesta a conseguir que los Bundy no vuelvan a pedirle jamás semejante favor, Marcy decide dejarle a Kelly que haga precisamente la única cosa que Peggy le había prohibido expresamente: montar una fiesta en casa.
Al invita a Steve a que se le una con sus amigos en la partida de póquer de los viernes. A Steve no le gusta jugar, pero cree que sería una buena manera de conocer gente, de modo que acepta. Finalmente, acaba por animarse y entra en la timba, pero pierde 300 dólares que van a parar al bolsillo de Al. Era su parte destinada a la hipoteca, y ahora no sabe cómo explicarle a Marcy que lo ha perdido, por lo que le pide a Al que se los devuelva, pero éste se niega.
Peggy quiere un vídeo, pero por mucho que suplique, Al se niega a comprárselo. Marcy la convence de que el único modo de conseguir su nuevo electrodoméstico será consiguiendo trabajo y disponiendo de su propio dinero. Peggy acepta y es contratada enunos grandes almacenes, sin embargo sigue sin estar satisfecha: odia trabajar. Al también odia esta nueva situación, ya que ahora ha de hacerse la comida todas las noches. Ambos desearían seguir como antes, pero no pueden admitirlo ante el otro ya que eso representaría una capitulación.
Peggy quiere obligar a Al a que la acompañe a la boda de su prima Harriet, y éste se niega en redondo. Cuando su mujer le dice que si no está dispuesto a ceder no hace falta que se moleste en volver a casa esa noche, Al se lo toma al pie de la letra. Esa noche, Al se refugia en el apartamento de su compañero de trabajo, Luke, que vive en un piso en el que todos los demás inquilinos son bellas azafatas, y acaba sentado en el sofá junto a una hermosa rubia que se niega a pasar la noche sola. ¿Sucumbirá Al a la tentación?
Steve está en viaje de negocios fuera de la ciudad y Marcy empieza a tener sueños eróticos con Al, algo que no sólo la perturba sino que la deja francamente desmoralizada. Cuando se lo cuenta a Peggy, esta responsabiliza a Al. Lo peor de todo es que, cuando Steve regresa a la ciudad, Marcy vomita cada vez que intenta acercarse románticamente a ella, ya que su modo de actuar es exactamente igual al de Al en sus sueños. Steve, al igual que Peg, culpa a Al de la situación.
Al oye en la radio que el avión en el que su jefe iba de vacaciones a Hawai se ha estrellado en el océano y que apenas ha habido supervivientes. Dispuesto a hacerse notar, se gasta el dinero de las vacaciones en un enorme ramo de flores para la familia. Sin embargo, resulta que el jefe ha sido uno de los escasos supervivientes, por lo que la familia regala todas las flores sin que éste haya llegado a ver el hermoso ramo de los Bundy. Al, ofendido, decide que, o su jefe reconoce por primera vez la gran labor que está haciendo en la tienda y le estrecha la mano, o dimitirá de inmediato.
Johnny B. Good, el puesto de hamburguesas en el que se conocieron Al y Peggy, está a punto de cerrar sus puertas definitivamente, por lo que los Bundy deciden darse un último homenaje acudiendo a cenar allí la noche del cierre. Sin embargo, poco antes de partir, Kelly les cuenta que está deprimida porque no le han invitado a asistir a una importante fiesta que se va a celebrar esa misma noche. Al y Peggy se ven en el dilema de atender los problemas de su hija mayor o disfrutar de su última cena en Johnny B. Good.